Peter Drucker, en su centenario

Peter F. Drucker (1909-2005), llamado a veces el padre del management moderno, y de quien hace unos meses se cumplió el centenario de su nacimiento, vivió una larga y fecunda vida. Nació en Viena en el seno de una familia culta relacionada con intelectuales austríacos de la época. Conoció en su juventud a Joseph Schumpeter quien describiera el concepto de destrucción creativa y la importancia de la innovación y el empresarialismo en la economía de un país. Era amigo de sus padres e influyó en su formación.

A los 18 años se fue a estudiar a Alemania y en 1933 emigró a Gran Bretaña donde escuchó clases dictadas por John M. Keynes en la universidad de Cambridge. Cuatro años más tarde se radicó en los Estados Unidos y fue profesor, primero en Bennington College, en Vermont, y luego durante más de 20 años en la Universidad de Nueva York. En 1971 se trasladó a California donde enseñó en la Claremont Graduate University y donde vivió hasta su muerte.

A mediados del siglo pasado llevó a cabo un estudio sobre la General Motors por medio del cual tuvo la posibilidad de entrevistar a sus más importantes directivos. A raíz de este trabajo escribió Concept of the Corporation, libro en el que alabó la estructura organizacional descentralizada de dicha empresa y advirtió sobre los riesgos de dormirse en los laureles. A este libro, que lo hizo famoso, siguieron otros, casi 40 en total, The Practice of Management es uno de éstos, traducidos a cerca de 30 idiomas. También escribió unos 25 artículos en la Harvard Business Review. Muchos otros fueron escritos para distintas publicaciones, como The Wall Street Journal. Pese a su popularidad, no tuvo fácil aceptación en los círculos académicos donde los métodos de investigación eran distintos a los suyos.

En las últimas décadas del siglo XX se transformó en un crítico de la dirección que habían tomado las grandes empresas de los Estados Unidos, lo cual incluía lo que a su entender eran salarios exageradamente altos de sus ejecutivos; asimismo se dedicó a colaborar con organizaciones sin fines de lucro.

Fue un precursor. Un artículo aparecido en Business Week poco después de su muerte señaló que “en un mundo proclive a las modas y las lecciones simplistas comprendió la complejidad inherente a la tarea de liderar gente e instituciones”. Destacó entre otros aspectos la importancia de seleccionar a la mejor gente, de concentrarse en las oportunidades más que en los problemas, de estar con el cliente en un mismo lado del mostrador, y de comprender -y refinar- las ventajas competitivas que se posean. Decía que la gente poseedora de talento constituía el ingrediente principal de una empresa exitosa. Fue el primero en describir a los “trabajadores del conocimiento” (“éstos no pueden ser controlados; deben ser motivados”) y en afirmar que los trabajadores debían ser tratados como activos de las empresas y no como obligaciones. Divulgó la idea de que la empresa era una comunidad de seres humanos basada en la confianza y el respeto a los trabajadores.

Peter Drucker asesoró a numerosos ejecutivos de primer nivel, algunos de los cuales recordaron sus enseñanzas en distintas publicaciones. Decía que las empresas exitosas crean las condiciones que permiten a sus empleados dar lo mejor de sí; que las empresas deben ser capaces de expresar su misión así como sus objetivos específicos y mensurables, para lo cual desarrolló el concepto de “dirección por objetivos”; y que toda empresa es una institución de aprendizaje y enseñanza en todos sus niveles y en forma permanente; y que management significa ocuparse de seres humanos y hacer efectivas sus fortalezas e irrelevantes sus debilidades.

En uno de sus últimos artículos en la Harvard Business Review recalcó que el desarrollo del talento es “la tarea más importante para poder competir en una economía del conocimiento. Las organizaciones habrán hecho un pacto con el diablo si al tercerizar las relaciones con los empleados perdieran la capacidad para desarrollar a su gente”.

A Peter Drucker le complacía identificarse como un “ecologista social”. No pudo evitar que sus admiradores se refiriesen a él como un profeta, un visionario o un gurú. Ninguno de estos apelativos le gustaba, especialmente el último. Decía que lo llamaban así porque en un título esta palabra ocupaba poco espacio.

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